noviembre 18, 2013

La amargura de Malala


Mientras que, en horas de clase, un chavo de doce años, en alguna oculta calle de Madrid, enrolla un poco de hachís con tabaco con otros dos colegas; una niña de catorce años recibe un balazo en la cabeza por haber asistido al colegio.

La historia es la siguiente. Durante un tiempo, Malala Yousafzai, con escazos trece años, escribió un blog para BBC en el que relataba las peripecias que tenía que sufrir para recibir educación en su país, Paquistán. Pero eso de convertirse en un estandarte de los derechos de las mujeres no gustó nada un grupo de activistas radicales y decidieron que la solución óptima era pegarle un tiro en la cabeza a Malala. Como comprenderá, estimado lector, la historia tiene su intríngulis: al recibir un disparo y sobrevivir, Malala se transformó en algo así como Harry Potter, el niño que vivió. Se convirtió en la encarnación del ideal del estudiante occidental.  

Por supuesto no faltó la típica columna de opinión, del típico columnista iluminado, que achacó el atentado de Malala al “fanatismo religioso que tanto daño hace a la sociedad, y que tanta violencia provoca”. En un achaque de sentimiento, nuestro clarividente columnista no dudó en elevar a Malala a la categoría de mártir de los ideales de occidente. Es de esa reflexión de la que quiero partir para analizar esta noticia.

Si nuestra sociedad occidental fuera justa, la BBC por haber permitido que Malala escribiera el blog, y con ello haber puesto en riesgo su vida, tendría que pagar a Malala y a su familia una renta de por vida para que pudiera estudiar en Londres. Así, Malala podría estudiar en un instituto occidental, llegar a la universidad, graduarse, y conseguir un trabajo medianamente remunerado para poder aburrirse de lo lindo. Y, al cabo de un tiempo, no necesariamente largo, amargarse, con su reluciente vida occidental.

Si nuestra sociedad occidental fuera justa, Malala podría comprobar, con el estómago repleto, que el cielo no es en realidad el cielo. Que aquí en occidente también tenemos problemas y que no es que se esté mejor, sencillamente se padece injusticia de otro modo. Podrá ser testigo de la fatiga vital en los ojos de las personas que viajan en el metro; de la disparada tasa de suicidios, y fracasos matrimoniales; de los millones de abortos anuales y las enormes listas de espera para padres en adopción; de la trata de blancas, del narcotráfico... 

Pero quizá lo que más contribuiría al amargor de Malala sería el caer en la cuenta de la realidad del sistema educativo que plantea Occidente. Comprobaría con desazón como en el informe PISA, elaborado por occidentales, Oriente lleva la delantera. Y si profundizara más, comprobaría con desazón que tampoco en occidente se educa a las personas para que algún día alcancen la calidad moral de un mártir, o por lo menos de un héroe; ya no.

Ahora lo que va es ser escrupulosamente neutro en temas morales. Por mor de la libertad, lo que se lleva es enseñar a los chavales que saltarse clase para fumarse un porro no está ni bien ni mal hasta que ellos no lo decidan. Lo que se lleva son las matemáticas porque esas no dicen nada del bien o del mal. En Occidente, hay que aprender lo necesario para aprender a trabajar, pero no lo suficiente como para quejarse, o plantearse si en realidad, las cosas y nuestras acciones, pueden ser buenas o malas. O si las cosas van mal o bien. Todo pulcramente regulado y estipulado por la OCDE.

Hemos convertido a Malala en una mártir de un planteamiento educativo decadente, calado hasta los huesos de relativismo en el que la dignidad humana queda desfigurada. Y después lo ponemos en la portada de nuestros periódicos, nos damos palmaditas en la espalda, y nos felicitamos por no ser fanáticos retrógradas. 

Afortunadamente nuestra sociedad no es justa y Malala tiene posibilidades a escapar de este panorama. De este modo, sus padres, que bastante bien lo han hecho de momento, podrán seguir educando a Malala. Podrán seguir enseñando a Malala a distinguir entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, y su familia no tendrá que sufrir la intervención de un organismo central, ni de asignaturas del calibre de “Educación para la Ciudadanía”. 

Mientras tanto, en Occidente este incidente podría servirnos para reflexionar y darnos cuenta de la importancia que tiene hacernos responsables de la educación de nuestros hijos. Quizá a raíz de este suceso podríamos darnos cuenta de que para poder educar a nuestros hijos primero tenemos que estar “educados” nosotros, porque si lo estuviéramos, no pensaríamos que es suficiente con enviar a nuestros hijos a la escuela. Y nos daríamos cuenta de que la principal educación viene del ejemplo, y que está íntimamente relacionada con la moralidad. 


Quizá Malala, la martir, podría recordarnos que educar para el bienestar material es un sofisma terrible, y que si lo hacemos así es porque confundimos bienestar con felicidad; Quizá Malala  y su familia puedan servir para recordar que en realidad los seres humanos debemos ser educados para la libertad, para saber que hacer con ella, para saber como hacer de nuestra vida una vida gloriosa, como la de Malala. 

mayo 08, 2012

Entorno a las elecciones de Julio


                Soy un desertor involuntario. Me fui a España a estudiar Filosofía dos años después del triunfo de Calderón en las urnas. Cuando volví a casa por las vacaciones de verano mi ciudad era otra. No se podía salir a la calle ni por el día ni por la noche. Se escuchaban balazos por las noches, a veces en la lejanía, a veces a la vuelta de la esquina. Degollaban jóvenes, secuestraban millonarios, disparaban en los estadios. Mi país ya no era el mismo, el cambio había empezado. 

                México está pagando el precio de elegir a un presidente de manos limpias. Ahora ya no es así, los rumores comenzaron de inmediato a manchar sus manos de sangre. Él y solo él era el responsable de la sangre que corre por el país. Las manos de Calderón se llenaron de sangre. El país lo desprecia. Es el presidente de los muertos. 

El comportamiento de los mexicanos, desgraciadamente, no ha sabido estar a la altura de los tiempos. Hemos exigido que se nos trate como sociedad, hemos exigido un cambio-libertad- y nos hemos comportado como masa, de manera reactiva. Hemos culpado a Calderón porque tenía que haber un culpable distinto a nosotros mismos. Calderón no es un asesino ni un imprudente, es el primer presidente en mucho tiempo que se preocupa  por el bien de México. Es el primer presidente que no tiene cola que le pisen, el primer presidente honrado. Somos nosotros quien hemos cargado la culpa sobre él, es nuestro chivo expiatorio, el que debe pagar por nuestra irresponsabilidad como sociedad. 

Pero somos nosotros los que hemos pactado durante 70 años con un sistema como el del PRI; con una ‘revolución institucionalizada’. Hemos aceptado vivir de pan y circo durante tanto tiempo que ahora no queremos pagar los platos rotos. Nos gusta ser masa, no queremos problemas, no queremos a nuestro país. Por eso corremos de vuelta a los brazos de nuestro antiguo dictador. Otra vez a los brazos de papá gobierno: “el PRI sí sabe controlar al narco” nos decimos, “el PRI nos protegerá”. ¿Es qué no nos damos cuenta de que un problema como el que atravesamos no puede ser causado ni en seis ni en doce años? ¿Es que no nos damos cuenta de que estamos pagando los excesos de 70 años de partidismo y dictadura suave? ¿Quién es el responsable de que los mexicanos no nos identifiquemos ni con nuestro gobierno ni con nuestras leyes? ¿El presidente de las manos limpias o el partido que nos ha estado manipulando como masa durante años?

Uno de los hechos que me resultan terriblemente irónicos visto desde fuera es el desprestigio que ha sufrido Felipe Calderón en su sexenio. Es irónico porque quizá sea este el primer sexenio de nuestra historia reciente en el que hemos disfrutado de seis años con un presidente honrado, preparado y responsable. Ignoramos las sorprendentes cifras macroeconómicas logradas por Calderón. Su capacidad por mantener el país a flote y por seguir invirtiendo en educación y le achacamos culpas que no le corresponden. Somos tan infantiles que le tachamos de alcohólico ¡Por Dios!,  ¡si es un pobre hombre que carga con un gran peso! Aunque no conozco a mi presidente, estoy seguro de que más de alguna vez ha deseado salir con el ejército a luchar contra el narco. Estoy seguro que más de una vez ha perdido el sueño al recordar a todas esas madres que sus hijos les han sido arrebatados. 

Es verdad que la política de lucha contra el crimen de calderón puede llegar a ser desacertada. Es discutible que el enfrentamiento directo no es la mejor opción. Pero sin lugar a dudas, constituye un gran acierto el haber destapado la coladera. Eso es algo que todos los mexicanos, también los que han perdido familiares, deben agradecerle para empezar a comportarnos como sociedad y no como masa. Calderón destapó la cañería por nuestro bien, no para hacernos daño: esto es algo que pocos le agradecerán.

Gobernar no es redimir. Un profesor, que conocía bien México, me dijo alguna vez que el país está cansado de salva-patrias. Su afirmación me impactó mucho ya que por aquel entonces me consideraba la única persona con esperanzas políticas en medio de esta ola de incertidumbre y violencia. Su aseveración fue como un golpe en la cara: me dolió pero me hizo despertar. No soy el único que quiere que esta época de violencia y egoísmo se termine en el país. La mayoría desea un México seguro en el que pueda desarrollar pacíficamente su vida; son sólo unos cuantos los que acaparan nuestro país. 


Los tiempos que corren exigen el heroísmo de lo ordinario. Exigen que como sociedad respondamos a nuestra aspiración común a un México democrático y pacífico. Ningún candidato puede conseguir esto, y el que lo promete, el que promete cambios radicales, fraternidad universal y amor entre los mexicanos o es ingenuo o es muy astuto, pero en ningún caso puede ser el presidente que necesitamos. Lo que nuestro país necesita es un dinamismo de iniciativa solidaridad; dinamismo que no puede venir desde arriba sino solo de nosotros mismos. Dejemos de engañarnos: el máximo al que podemos aspirar para gobernar nuestro país es una persona honrada que trate de buscar el bien para México. SI nuestro próximo gobernante no está a la altura, corre el peligro de poner el bien de México después de su prestigio político, del prestigió de su partido, cosa que nunca hizo Calderón. 

noviembre 15, 2011

Salvar el país


¿Qué te voy a contar yo? La cosa está dura. Apenas y nos da para el lunch de los chavos y yo me tengo que fletar la mañana sin desayunar. Ya sé vieja, ya sé que el pinche dinero no crece en los árboles. Pero no sabes como me dió coraje ver a aquel chavillo tatuado, abajándose con un mísero botesito de cartón, pidiendo misercordia. Ese chavo podría traer perfectamente un cuerno de chivo en vez de aquel bote y amedrentarnos a todos: yo le hubiera dado de todos modos tu chivo vieja. Era uno de esos chavos que andan bien metidos en la droga, pero que no sé como acaban saliendo y rehabilitándose ¿Pos qué no ves que pa los tiempos que corren ese chavo es un héroe?

¡Ay vieja! me moría de ganas de comprarte ese perfume que me dijiste que tanto te gustaba, el de la vieja esa tilica que malgasta el dinero en pendejadas. Pero no pude contenerme cuando vi a esos juniors burlarse de aquel chavo. Para mí que los malos somos nosotros, la gente normal, ¡cómo se ateven a humillar al que se humilla chingao! Esos chavos se merecían mínimo un filerazo entre las costillas, que los llevaran al hospital más caro de torreón y que sus papis, seguramente divorciados, se cagaran de miedo cinco minutos y luego soltarán un cheque bien gordo por la salud de su hijito, y que esa misma noche estuvieran de vuelta en casa con una copa de Buchannans dieciocho entre las manos sentaditos en su sillón de cuero café. Y que el pinche chavillo pendejo probará por una noche por lo menos qué significa estar jodido, qué significa la vida real.

Pero nada de eso pasó, ¿me entiendes? El pobre ex-drogadicto seguía teniendo el huevo reventado que le aventaron los pinches juniors en su camiseta; y yo el billete de quinientos que le acababa de cobrara a mi compadre Beto. ¡Pero no me pongas esas jetas carajo! ¡si acabamos de dar un pasito para salvar el país!

octubre 28, 2011

El don del escritor frustrado


He aquí la historia de un hombre que tenía la más intima inquietud por ser un escritor como lo fuese el gran Cervantes o el sufrido Dostoievski. Mirósele estudiar con ahínco la filología y los escritos académicos de estos dos autores, mirósele estudiar a fondo la técnica de la escritura en la mejor universidad inglesa. Mirósele de profesor de filología, movió cielo mar y tierra. Hasta que descubrió que no era suya la decisión de ser para la gloria. Que los grandes tenían -y eran- un don, y uno grande. Los libros y su trabajo honesto le ayudaron a ver esto. Y ya en la dulce vejez, fruto de un esforzado trabajo de la más alta potencia humana, se le vió escribir los versos más bellos, ya no a la gloria, sino a su mujer, que una vez muerta, intercedió ante el Sublime por el don para su marido; [ella le acompaño en la vida en su sufrida persecusión del don, y supo -porque le quiso bien-que ese anhelo íntimo no era vanagloria sino constitutivo de su alma]. 

Los poemas más bellos que escribió este viejo profesor, nunca fueron publicados. Fueron exhumados en un delirio de amor, en un arrebato de éxtasis, en el funeral de su señora esposa.

octubre 08, 2011

Paguí



Princesa de pueblo, que recibió todo lo que quiso en la vida, sale del pueblo con dinero de papá para abrirse a la vida, al mundo. Sus inquietudes pueriles, cierta ansia de autenticidad1, y una película que vio en algun momento de su accidentada pre-adolescencia, le llevaron a soñar con París, (íntimamente, pero no ande usted diciéndolo por ahí, también con el amor de su vida, con el amor de su vida en París). Y así como así, un año en Europa estudiando moda. En la ciudad de l'amour, “Paguí”.

La humanidad ha avanzado tanto que ya ni siquiera hace falta una gran educación para convertirse en un bohemio, lo único que hace falta es dinero. El dinero compra ya hasta la experiencia de la vida. Una desdichadada muchachita cuyo padre es más bien de ingresos medianos es incapaz de acceder a las más finas experiencias. Le es privado el nutrir su vida espiritual con el viaje, con la excentricidad, con los absentas en casa de franceses millonarios, con las conversaciones con los amigos artistas de estos millonarios, que pintan sus cuadros con tripas de vaca y se les paga en millares de euros por obra. Los modestos no son capaces de experimentar el vértigo de las drogas de diseño, nunca han ido a la parte 'vi-ai-pí' de una discoteca, hablan solo su idioma y un inglés modesto... “osea, tienen una clase de vida inferior”.

La vida modesta, la escasez de recursos, impide plantearse la pregunta por la libertad, cosa que a princesa de pueblo nunca le fue prohibido. Así fue como la única ilusión que le regaló su infancia tóxica, su formación de embotamiento de los sentidos, le fue arrebatada nada mas conocer al primer príncipe parisino. El desengaño vino habitando sus ojos cuando se bajó del aeropuerto del pueblo. Se supo en el pueblo que tras ese año en Europa, la niña llego cambiada, que había progresado mucho, llego con 'ideas' del extranjero. El pueblo le quedaba chico, el mundo le quedaba chico: no hay dónde esconderse en un mundo en donde no existe el amor. Desde entonces, princesa de pueblo sufre un infierno de maquillajes corridos, resacas dominicales y desengaños; de la soledad, del horror del ser. Una hydra inexistente le devora las entrañas.

1 de substancialidad detrás de la apariencia